La vida actual pone a nuestro alcance algunos pequeños placeres, como recibir un whatsapp de una amiga que vive en Praga invitándome a visitarla y, sin pensarlo dos veces, comprar los billetes y plantarme allí sin apenas planearlo.
Y es que hay pocas, muy pocas cosas que realmente merezcan la pena en esta vida. La familia y los amigos son algunas de esas cosas. Viajar, para mí, ocupa el tercer puesto en mi lista de cosas importantes. Lista, que, por otra parte, posiblemente, acaba ahí.
Porque hay cosas que me hacen sentir más viva, más joven, reluciente de una energía que normalmente adormece en algún lugar desconocido esperando a que la despierte. Y viajar despierta en mí muchas de estas sensaciones. Pero, muchas veces, la emoción no tiene por qué tener mucha relación con el destino que visito, sino que tiene más que ver con las personas con las que comparto el viaje.
En mi último viaje a Praga (mi segunda vez en esa ciudad) no me acerqué a hacerme una foto con el reloj, ni visité el barrio judío, ni compré ningún souvenir, pero viví experiencias que no olvidaré nunca y que me he traído a casa para sonreírme y una y otra vez al recordarlas.
Estos son algunos de los recuerdos (confesables) que me traje de Praga cuando fui a visitar a una amiga de la infancia la pasada Semana Santa:
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Recorrer el centro de Praga de noche, cuando apenas hay turistas, y sentir que el tiempo se detiene.
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Caminar durante horas por los senderos de Kokorin y dejarnos encantar por el camino.
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Improvisar una comida para dos en la plaza de Mseno con un par de bollos, una lata de atún y un tomate. (Y que, además, sepa delicioso).
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Criticar con vehemencia la ineficacia del sistema de transportes checo y reconocer que tampoco se lleva mucho con el español.
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Acudir juntas por primera vez a una sauna instalada en un barco sobre el Moldava y llevarnos alguna que otra sorpresa.
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Dormir muy poco y sobrevivir al día siguiente como si todavía tuvieras veinte años. (Y sentir que rejuveneces por ello)
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Añadir un nuevo tipo de queso a mi lista de quesos más deliciosos del mundo: nakládaný hermelín (queso tipo camembert marinado, receta en español aquí).
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Descubrir mi nueva cantante preferida, ir a un concierto suyo en MeetFactory, conseguir una foto con ella y un autógrafo en el antebrazo, todo el mismo día.
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Compartir codillo con patatas fritas para comer y alargar la sobremesa hasta la noche.
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Dudar de la calidad de los vinos checos pero comprobar entre risas (y con un sospechoso brillo en los ojos) que ya vamos por la tercera copa.
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Compartir el tiempo como si todavía tuviéramos catorce años y nada nos hubiera cambiado…
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