Viajar no consiste en engrosar una lista de países visitados, ni en coleccionar imanes de nevera de destinos exóticos. Viajar no es una cuenta de Instagram, ni un blog de viajes. Viajar no es nada de eso, aunque puede ser todo eso.
El gran viaje de mi vida, como ya sabéis los asiduos a este blog, comenzó en 2010 con un billete sólo de ida a Vancouver, Canadá. Desde entonces, ha pasado tan poco y, al mismo tiempo, tanto tiempo, que es como si todavía pudiera transportarme a mi piso de West End y acudir cada mañana a trabajar a Creative Travel, aunque ahora me despierte frente al Mediterráneo y no junto al Pacífico.
Hace más de un año desde mi última visita a Vancouver, pero las sensaciones que tengo ahora son algo distintas a las que tuve cuando escribí ese post. Y es que me siento un poco huérfana de Canadá desde septiembre de 2016, cuando una persona importante para mí en Vancouver nos dejó. Desde entonces es como si el vínculo que mantenía con la ciudad se hubiera roto y ya no tuviera razones para seguir conectada con el otro lado del océano.
Tranquilos, este no es un post triste, es un post homenaje al proceso de aprendizaje que conlleva todo viaje y que me sirve para guardar (y de paso, compartir con vosotros) algunas de las cosas que he aprendido gracias a este ir y venir por el mundo.
La ciudad que vives, no vuelve a suceder
Los lugares en los que vives no son una mezcla de edificios más o menos desordenados, sino que se componen de un conjunto de situaciones, personas y circunstancias que no se vuelven a repetir. Por mucho que quieras volver a revivir aquellas sensaciones, por mucho que te esfuerces por retener los momentos o a las personas, el lugar que recuerdas nunca volverá a ser igual.
Hay un par (o quizás tres) ciudades-momento a las que he intentado volver. Y, en efecto, he podido volver al punto geográfico en el que se encuentran, he caminado por sus calles e incluso dormido durante temporadas más o menos largas en algunas de sus casas, pero la ciudad-momento era otra, no la mía, no la que yo quería retener.
El cambio es inevitable, solo puedes aceptarlo como si fuera un nuevo viaje al que te enfrentas desnudo, sin prejuicios, como siempre se debería viajar.
No esperes para hacer ese viaje que siempre quisiste hacer
Siempre he sido muy impaciente. Quizás he vivido un poco deprisa, con la contínua sensación de que se acababa el tiempo para hacerlo todo, para vivirlo todo. Con el tiempo he aprendido que no es necesario (ni conveniente) hacerlo TODO, pero al mismo tiempo estoy convencida de que no hay que esperar para hacer aquello que realmente quieres hacer.
Algunas personas de mi entorno se fueron recientemente de manera repentina. Se fueron sin haber hecho el viaje con el que siempre soñaron. Y no hablo sólo de viajes en el sentido de moverse de un lado a otro… ya me entendéis. La vida se acaba todos los días, en todas partes. Si mañana despiertas, es que tienes otra oportunidad.
Escucha a las personas que quieres, pero decide por ti mismo
Los sentimientos de los seres queridos suelen condicionar nuestras decisiones. El miedo a defraudar a los demás o el sentimiento de culpa por el sufrimiento que nuestras decisiones pueden causar pueden llevarnos a tomar un camino que no era el que realmente queríamos. Con el tiempo, esto acaba pesando.
Cuando emprendes un viaje siempre hay algo que dejas atrás. Es importante ser consciente de ello porque, seguramente, tu partida producirá tristeza y preocupación en tu entorno pero, si tienes esto demasiado en cuenta, el miedo te impedirá hacer ese viaje. Sigue tus propias metas, ármate de valor y, una vez tomes tu decisión, emprende el viaje y sigue caminando.
Siempre es un buen momento para empezar un nuevo viaje
A pesar de todo, como decía unas líneas más arriba, mientras sigas vivo/a, tienes una oportunidad. Las pérdidas que se han producido a mi alrededor en los últimos meses me han producido tristeza pero, al mismo tiempo, me han hecho valorar todavía más la vida. La vida es un viaje en sí mismo que no hay que desaprovechar.
Viajar es crecer, abrir los ojos a otras realidades y estar dispuesto/a a aprender y a respetar. Da igual donde te encuentres o cuál sea tu destino, el viaje siempre se presenta frente a ti, dispuesto a que lo emprendas en cualquier momento.
Imagen: @drobles
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