Las Cataratas del Niágara reciben millones de visitantes cada año. Con cifras así uno podría pensar “¿por algo será?” o “millones de personas no pueden estar equivocadas”. Pero yo, que siempre he sido una escéptica, pensaba “seguro que no es para tanto”. Pues bien, como en todo en esta vida, entre el blanco y el negro hay una amplia gama de grises.
Que impresionan, es cierto. Que el paseo en el barco es divertido, también. Pero también es cierto que aquello es más un parque de atracciones, o un Benidorm al estilo americano que un parque natural. La visita a las Cataratas del Niágara merece la pena dependiendo de varios factores: tus expectativas, tu presupuesto, el tiempo del que dispongas en tu viaje y la distancia que tengas que recorrer para llegar hasta ahí. Y me explico:
Supuesto A: Estás viajando por Canadá y una de las paradas de tu viaje es Toronto. Durante tu estancia dispones de un día libre, te apetece escapar de la gran ciudad y no te importaría echar un vistazo a “esas cataratas grandes de las que habla todo el mundo”. En este caso, sí merece la pena visitar las Cataratas de Niágara. Están a menos de 2 horas de viaje en carretera y hay muchas excursiones organizadas que te llevan hasta allí desde Toronto o puedes alquilar un coche. Además, desde el lado canadiense se ven mejor que desde el lado de EEUU, ya que te las encuentras de frente, en todo su esplendor.
Supuesto B: Estás en Nueva York, no tienes demasiados días libres y estás dudando entre hacer una escapada a Niágara o a otra ciudad más cercana como Whashington o Boston (pongo este ejemplo porque fue justo la tesitura en la que se vieron mis padres este mismo verano). En este caso, en mi opinión, no, no merece la pena visitar las Cataratas de Niágara. Estás tan lejos que vas a perder el tiempo y la paciencia en un autobús repleto de turistas. Vas a llegar a Niágara, vas a ver las cataratas de espaldas (aunque los americanos han construído una plataforma sobre el río para que puedas acercarte más y tener una vista más panorámica, pero ni con ésas) y tendrás que volver de nuevo al infierno del autobús, a no ser que quieras pasar la noche en Niágara, lo cual no me parece un plan atractivo. En los alrededores de Niágara no hay nada qué hacer o qué ver a no ser que quieras jugarte los cuartos en el casino, ir de compras o repantigarte en un hotel que ni fú, ni fá.
A pesar de todo, he de reconocer que las cataratas del Niágara me gustaron, la más grande realmente impresiona y acercarse con el barco a sus pies es bastante divertido (aviso, te mojas entero).
Una vez vistas, ya no hay mucho qué hacer. La oferta turística de la zona no es de mi agrado: resorts, hoteles, casinos y tiendas de souvenirs. Todo muy caro y muy turístico. Pero en el camino de vuelta a Toronto puedes parar en alguno de los centros comerciales que hay junto a la carretera y hacerte con algún chollo en los outlets. En estos momentos, con el dolar canadiense bajo, hay gangas que sí merecen la pena (me compré mis primeros vaqueros Levis por 12€).
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